Oscar Wingartz Plata*
Hoy, los gobiernos, en medio del Covid-19, llaman a los ciudadanos a ser responsables; a no salir de casa, mantener la distancia social, usar mascarillas, ser prudentes. Apelan a valores como el bien común, la solidaridad, el interés general. Es decir, lo que han despreciado, ninguneado y consideran un lastre para la iniciativa privada, el beneficio empresarial y la especulación financiera. Han avalado conductas egoístas, han educado en la meritocracia y la competitividad. Pero hoy piden responsabilidad. Marcos Roitman.
El epígrafe propuesto es el fiel reflejo de una realidad que nos ha desbordado como sujetos, comunidades, gobiernos, como planeta. Esta enfermedad ha puesto, una vez más, sobre la mesa de la discusión, nuestras miserias humanas, es decir, la incapacidad para dar respuesta como sociedad ante un evento de esta magnitud. Duras, ásperas, pero absolutamente ciertas y contundentes las palabras que nos expone el Mtro. Marcos Roitman[1]. Son de esas expresiones que nos abruman por su contundencia. De ninguna forma se puede afirmar que estén fuera de lugar sus reflexiones, más bien, deberíamos aceptar que es el diagnóstico más certero de nuestra actual condición histórica.
Durante décadas cientos de voces, de muy disímbola procedencia lo habían dicho: “la ruta que ha tomado la humanidad, es el camino más cercano a su colapso definitivo.” No eran planteamientos apocalípticos, sobredimensionados, estridentes, simplemente apelaban a una evidencia que día a día se iba confirmando con mayor fuerza. Cuando se comenzó a discutir con fundamento sobre el cambio climático, muchos no quisieron poner atención a esa problemática, como siempre, se pensaba que eran exageraciones y actitudes amarillistas para agenciarse notoriedad, pero he aquí que lo afirmado ya está entre nosotros. Modificaciones drásticas y virulentas de temperatura se están constituyendo en “el pan de cada día” en nuestros espacios. Esto significa, un mayor impacto sobre los océanos, la flora, la fauna, sobre los seres humanos. En fin, sobre el planeta todo.
Todo esto apela a la manera en que concebimos nuestra vida, nuestro medio, nuestra perspectiva de futuro. Una razón explícita es: “si no veo una amenaza real en todo esto que está sucediendo, por qué me voy a preocupar.” Este es uno de los ejes de la reflexión que se nos propone, pensar y repensar nuestra condición humana desde lo colectivo. Ese debe ser uno de los puntos nodales de nuestro quehacer hoy. Como dice el autor de la cita propuesta, durante años se educó a la población en el egoísmo, en la autosuficiente, en la competencia, “aprovechar la coyuntura”, sin medida, sin principios, sin un mínimo de ética; la consecuencia de todo ello la tenemos a la vista, una sociedad en muchos sentido quebrada, abandona a su propia suerte, desorienta y padeciendo los estragos de sus propios procederes, por considerarlos lo normal, lo cotidiano.
Aquí cabría una pregunta que está en el trasfondo de estos planteamientos, ¿cuál es el sistema que sostiene y reproduce este entorno en que estamos inmersos? Este cuestionamiento es relevante, si deseamos dar una respuesta lo más próxima al origen de nuestras calamidades contemporáneas. La matriz que reproduce este conjunto de problemáticas que padecemos todos los días, es el orden capitalista, que genera, recrea y proyecta sus formas de vida, de pensamiento, de actuación a lo largo y ancho del planeta. Nada ni nadie se escapa a su influencia y poder. Todos, absolutamente todos, en mayor o menor medida lo reproducidos, consciente o inconscientemente, por una cuestión muy sencilla, nadie se puede aislar de él por un acto del deseo. Esto no es cuestión de voluntades individuales. Es así, porque, sus pilares se han construido sobre una concepción de mundo, sociedad y sujeto. Esta “idea reguladora de la vida”, es la concentración de la mayor satisfacción material individual, sin importar los demás. Ese es el drama de este mundo. Por ello, “el sálvese quien pueda”.
¿Por qué se afirma que el orden capitalista está en trasfondo de todo esto? Por una cuestión evidente, este orden, ha construido todo el andamiaje económico, social, político, ideológico, cultura, científico y tecnológico en el que estamos inscritos. Ha dictaminado sobre, todas y cada una de nuestras formas de vida, de lo individual a lo colectivo. Puede parecer extremo lo expuesto, pero, así es el impacto y la penetración que ha tenido el capitalismo en nuestras vidas. Es lo que también se llama, la creación de un entorno civilizatorio. Esto quiere decir que la vida misma se rige por las coordenadas que ha impuesto. Este proceso es comparable con la Edad Media, cuando la Iglesia católica creó y desarrolló toda una cultura alrededor de la religión, es decir, generó ese entorno civilizatorio donde todo estaba sujeto a las normas dictadas por la Iglesia.
Para nuestra situación actual, el afán de lucro, la concentración de la riqueza, la explotación del trabajo, la exclusión de millones de seres humanos, una competencia feroz hizo que el mundo y sus relaciones sociales se ordenaran bajo esos códigos; el resultado último fue el abandono de la población a sus propias fuerzas. La educación, la salud, el medio ambiente, las formas de convivencia se fueron degradando de manera impresionante, ahora lo vemos con enorme claridad; sistemas de salud totalmente desmantelados, donde los médicos y el personal de salud tiene que trabajar en una precariedad que da pavor, por el esfuerzo sobrehumano que deben realizar. Aquí está la gravedad de implementar una visión del mundo y del ser humano, donde priva la explotación y la concentración de la riqueza y el poder, sin importar si los pueblos y sus gentes se vean desplazados, afectados o dañados.
* Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Docente-investigador en la Facultad de Filosofía de la UAQ.
[1] Marcos Roitman, “Ni responsabilidad social ni personal, sálvese quien pueda”, en La Jornada, México, 21-XXI-2020.
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