Cartas desde la locura
Cartas desde la locura

La vida inútil de Noyola

“El poeta, o se suicida o se vuelve estúpido”: Samuel Noyola.
-Es un día negro -dijo-. Un día turbulento.
-Es un día como cualquier otro. Es tu alma la que está negra y turbulenta.
John Steinbeck.

Ramón Martínez de Velasco

@ramavelm

I

“Uno tiene la angustia, la desesperación, de no tener un plan. De encontrarse perdido. Sin brújula”, escribió Pío Baroja.

No fui estable ni prudente ni estático. Pero en los altibajos emocionales no acepté ni la confusión ni la incertidumbre.

Será por eso que no terminé como Samuel Noyola, a quien se le achaca una vida fluida, perpleja y excitante. “Un artista salvaje, un nómada, un poeta contracultural”.

Su decadencia comenzó en 1964, año en que nació. Continuó en un barrio popular de Monterrey y se agudizó entre la élite cultural mexicana, donde todo indica que fue detestado.

Sus cuates le perdieron el rastro desde hace diez años. Desapareció “por su propia voluntad o de manera forzada”. El periodista Diego Enrique Osorno lleva once años buscándolo (ver imagen) entre los vagabundos de la Ciudad de México y Monterrey.

‘Vaquero del mediodía’ lo apodó el insoportable Mario Santiago Papasquiaro, un escritorcito que me sirvió de espejo para no querer acabar ni como él ni como Noyola ni como mi cuate ‘el changoleón’.

Para Osorno, su idealismo “causa admiración y vértigo”. Allá él.

Conocí a varios Samuel David Noyola García. Yo mismo intensifiqué mi vida “nómada y bohemia”. Y, la verdad, el ‘Vaquero del mediodía’ me viene guango.

II

No fui abandonado, pero lo mismo crecí en barrio, trabajé desde adolescente, me fui hacia la comunicación, leí como un cafre, ingresé en el mundillo de la literatura, del periodismo y del estilo.

Ya en el ambiente bohemio, el alcohol y las trasnochadas, me codeé con reconocidos escritores y periodistas, insolentes y erráticos.

Y digo: si traté con Carlitos Martínez Rentería, no dudo haber tratado con Samuel Noyola, quien también era “echado a la fuerza de bares y lugares tanto públicos como privados, ganándose el repudio de los círculos sociales literarios y artísticos”.

No lo recuerdo. Pero al igual que él, muchos mis cuates (mujeres, incluso) terminaron sin hogar fijo y durmiendo en la calle, fragmentados, sin trabajo ni ocupación, deteriorados, indigentes.

¿En dónde quedaron? No tengo ni idea. Sé que uno sí logró obtener acta de defunción oficial.

No los he buscado. No soy Diego Enrique Osorno.

Y, la verdad, Noyola no es Joaquín Sabina.

Epílogo

“Fue uno de los mejores días de mi vida. Un día en el que viví la vida sin pensar en la vida ni un instante”, escribió Jonathan Safran Foer.