Cartas desde la locura
Cartas desde la locura

Engualichado / I

El Tepozteco. Foto: Especial.

Ramón Martínez de Velasco

@ramavelm

“Mientras dura la mala racha, pierdo solo. Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria. Pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras. Yo no sé si será gualicho de alguien que me quiere mal y me piensa peor, o pura casualidad”: Eduardo Galeano.

I

En los años 80 viajé hacia Tepoztlán a cada rato. Antes, durante y después de conocer e ir a la comuna de los ‘Puente de Wirikuta’, a cuyos integrantes conocí en el pueblo fantasma de Pozos, Guanajuato, en la ruta de Real de Catorce, San Luis Potosí.

En el Tepozteco (ver imagen) escuché por primera vez la palabra “gualicho”, que muy después le leí a Eduardo Galeano.

Gualichú, Walichú, Hualicho o Gualitxo es un tipo de espíritu que personifica todas las causas que producen los males y las desgracias que sufren algunos pueblos.

Levita en entornos naturales, sobre todo en terrenos accidentados, árboles solitarios -intrigantes y añosos-, en cuevas, o en sendas angustiosas, que son el común en el Tepozteco y en el cerro de enfrente: el ‘Chalchi’.

En el ‘Chalchi’ me engualicharon y en el Tepozteco un gualicho se me dejó venir en pleno ‘viaje’, con una mujer, un bebé, copal a lo bestia, hierbas y pócimas. Y sin hacerme caso ni casi mirarme comenzó con ritos de embrujo o hechizo o maleficio o magia negra o engualichamiento.

No sentí miedo.

Sentí pánico de la malignidad destructora de él y de la traviesa picardía de ella, que colocó al bebé encima de la humareda del copal.

Sentí que caí en una trampa natural: una barranca, un río, e intrigantes árboles (¿los árboles del gualicho?), y que desde quién sabe dónde me siguió con su aguda vigilancia.

II

Hace unos días me topé con el twittero Roberto Abad.

Leo: “Años me tocó ir a Tepoztlán por el material de una pintora, que publicaríamos en un dossier. La casa era grande, de luz tenue. Y la artista muy amable, algo nerviosa, rubia. Le gustaba pintar montañas, principalmente, envueltas en atmósferas ocres y oscuras.

“Por alguna razón nos quedamos platicando un rato. Llevaba ya unos 30 años viviendo allí. Me preguntó qué hacía yo, y le dije. Y hablamos entonces de cosas raras.

“Me dijo que a su esposo lo habían raptado y que no lo veía desde hace mucho tiempo. Le pedí que me contara.

“Dijo que era un prestigiado doctor que investigaba la telepatía y la teletransportación, y que estaba en contacto con seres de energía.

“Ahí la cosa se puso interesante. No supe qué decirle. Me pareció fascinante y disparatado”. (Acercó una usb con las fotos de sus obras y me fui. Publicamos un artículo de su pintura con un texto de Pura López Colomé).

“Qué loco todo esto, pensé. Gran visita. Y lo dejé pasar porque así hay historias.

“Llegué a ver a la pintora en Cuernavaca, pero nunca le pregunté más. Lo olvidé.

“Pero hace unos días decidí ver un documental”.