Cartas desde la locura
Cartas desde la locura

Belleza infantil de ingeniería

Edward Hopper.  Nighthawks.
“Las condiciones del pájaro solitario son cinco. La primera, que se va a lo más alto. La segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza. La tercera, que pone el pico al aire. La cuarta, que no tiene determinado color. La quinta, que canta suavemente”: San Juan de la Cruz.

Ramón Martínez de Velasco

@ramavelm

En plena pandemia, los hoy chavales debieran observar las pinturas de Edward Hopper, el pintor de la soledad buscada, del aislamiento deseado, de la disfrutable melancolía.

Allí están el Boulevard de los corazones rotos y la Alameda de la desolación, elogiados por Joaquín Sabina y Bob Dylan.

Allí están el ruidoso silencio de una amable cafetería, los sonidos del silencio, elogiados por Paul Simon.

En sus verdes y azules y amarillas pinturas no hay tiempo para habladurías.

Hay una mujer sola en su habitación de hotel. Otra, en la mesita de un bar vacío. En ninguna hay zozobra. No hay padecimiento.

En la desequilibrada Nueva York o en la equilibrada París… el umbral.

“La luz de París no se parecía a nada de lo que había conocido antes. Las sombras eran luminosas, luz reflejada. Incluso bajo los puentes”.

No hay espacio ni tiempo. Todo está fuera de órbita y todo está en su lugar.

Ninguna escena grotesca. Nadie huye.

Es un viaje al tiempo de la cuarentena, del confinamiento, del recogimiento.

Un tránsito hacia ninguna parte y hacia la que uno desee, sobre todo en las grandes ciudades, en las metrópolis, en las megalópolis.

Es la normalidad en Hopper: deliciosa para unos, atemorizante para otros.

Es la confortable frialdad. Hielo en la piel.

Es el siglo XIX, es el siglo XX. Es su profecía.

Harto es una bella palabra…”.

Epílogo

En plena pandemia, los hoy chavales debieran observar las pinturas de Edward Hopper. Pintor del tiempo detenido. Ajeno a la decadencia.

Será un placer para sus sentidos heridos, dolidos y desesperanzados. Plagados de simulacros vulgares. “El agua blanda acaba con la piedra dura”, decía Facundo Cabral.

Será un placer su “belleza infantil de ingeniería”, como cantaba Alfredo Zitarroza.

“Edificios como moles en los que la presencia humana se limita a una leve cabecita en una ventana”. (¡Vaya crónica tan visual, carajo!)

No teman, chavales.

Sólo Judas temió.