Cartas desde la locura
Cartas desde la locura

Se me había olvidado morir

Anthony Bourdain. Foto: Especial.

@ramavelm

No hay tanta diferencia entre el primer día en la universidad y la primera vez que un toque de cocaína se cruza por tu camino”: The Daily Beast.

Narra Mónica Maristain, editora, periodista y escritora, que “en las grandes cocinas, sobre todo en aquellas que brindan servicios en los restaurantes y hoteles más lujosos del mundo, las drogas no son desconocidas. Es vox populi que conforme ha ido creciendo el prestigio social de los chefs, también ha ido en aumento la presencia de la cocaína en los fogones”.

De hecho, hay testimonios de que el ‘polvo blanco’ ha dejado en la ruina física y económica a muchos cocineros.

En España, por ejemplo, corrió el rumor de que el famoso cocinero vasco Karlos Arguiñano perdió un restaurante en Zarautz, su pueblo natal, por su adicción a la cocaína, aunque él nunca ha hablado públicamente de su presunto pasado como adicto.

El que sí ha ligado a la cocaína con las grandes cocinas es Jason Sheehan, un tipo que trabajó en restaurantes de lujo de Nueva York, quien asegura que 95 % de los empleados en una cocina de buen nivel, se droga con cocaína. “Ser un cocinero o un chef significa estar en el negocio del placer; ser el tipo de persona que está hecho para experimentar los excesos”, escribió en su blog del The Daily Beast.

Esto quiere decir que el ambiente vertiginoso y excesivo, las drogas y las meseras, es lo primero que atrae a tantos jóvenes a la práctica gastronómica. Después de eso, está la comida.

Otro gourmand sensato y honesto fue el neoyorquino Anthony Bourdain, quien se suicidó el 8 de junio pasado, en la Francia.

En su libro Confesiones de un chef, Bourdain cuenta su pasado de drogas y alcohol. “Si el mundo fuera justo, ya estaría muerto un par de veces”. Y no tiene reparos en admitir que muchas de sus épocas de cocainómano y heroinómano coincidieron con su trabajo en restaurantes “cuyos dueños pertenecían a la mafia neoyorquina”.

Bourdain era un tipo creativo, políticamente incorrecto, lleno de vicios, intrigas, confabulaciones, caídas y decepciones, excesos y sobresaltos. Un subido de tono. Un personajazo de las cocinas más prestigiosas de Nueva York que escribió un best-seller, artículos para la revista The New Yorker, y condujo tres programas de televisión, viajando por el mundo, despreocupado y glamuroso.

Su adicción a drogas como la heroína y el ‘crack’ la mantuvo durante casi toda su vida en los restaurantes. “Estábamos drogados todo el tiempo. No se tomaba prácticamente ninguna decisión si no había drogas de por medio”, escribió, con honestidad brutal, atreviéndose a nombrar lo innombrable.

Al final, sus conocidos afirmaban que ya había comenzado una nueva vida, que ya había dejado atrás sus adicciones, que era mucho más estable. Que vivía su segunda oportunidad.

Yo digo que no.

Y digo que sus cuates son unos inocentotes.

Y digo que el 8 de junio del 2018 le fue devuelta la fe en el adicto que habitaba en él, cuando inhaló la primera línea.

“Basta con ‘esnifear’ sólo una línea para saber que el destino va a torcerse”, escribió alguna vez, con gran tino, el coahuilense Carlos Velázquez.

Most peculiar!

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