Teresa E. Hernández-Bolaños
En medio de la polémica que se desató hace unos días con el anuncio del mismo Anaya que se auto nombró “perseguido político” y “exiliado político”, al estilo de Madero y Juárez, quien dijo ser atacado por el Ejecutivo que lo quiere “fregar a la mala”, porque el Presidente Andrés Manuel “le tiene miedo”, por ser incomodo a su gobierno y porque no lo quiere dejar ser presidente en las futuras elecciones del 2024. Anaya ha logrado los reflectores que desesperadamente busca desde su fallido intento por ser Presidente.
En su afán por culpar al Presidente, de que la Fiscalía General de la República lo acuse de lavado de dinero, cohecho y asociación delictuosa, ha evidenciado que su verdadero enemigo ni siquiera es Emilio Lozoya, el ex Director de Pemex (2012-2016), que en su denuncia ante la Fiscalía, en agosto 2020, lo señalara como parte de los funcionarios que presuntamente recibieron millonarios sobornos por parte de la empresa constructora brasileña Odebrecht para aprobar la Reforma Energética, que por supuesto contó con el voto de Anaya. No, su enemigo no es Lozoya, ni Andrés Manuel, su enemigo es el propio Ricardo Anaya, el Anaya que quiere llegar a la presidencia cueste lo que cueste.
No es ajeno a la opinión pública que Anaya comenzó su campaña política desde el 21 de septiembre del 2020, cuando a través de un video anunció su regreso a México y a la política, además de que comunicó su interés por “ayudar a México”, en enero de este año 2021 anunció abiertamente que rechazaba una diputación federal plurinominal que le daba el PAN en 2021, para ir por la grande de 2024. Anunció iniciaría su campaña recorriendo 100 municipios de México, auto destapándose como candidato anticipado para las elecciones del 2024. Tampoco es ajeno que la “campaña presidencial” de Anaya esté montada en la permanente controversia con la 4T y con el Presidente, por lo que no extraña que Anaya en una jugada política que lo favorezca para 2024 arriesgue todo, y use la acusación de la Fiscalía para victimizarse y culpar al Presidente. Si la estrategia funciona, Anaya como “perseguido político” lograría simpatizantes y visibilidad para obtener votos; sin embargo, el Anaya con delirios de persecución y de poder puede fallar y llegar a la cárcel, porque la coyuntura política no lo favorece, ni es Lula Da Silva en Brasil, ni Andrés Manuel desaforado, ni siquiera Guaidó o Rosales en Venezuela y menos Madero o Juárez.
En principio, porque el ahora “exiliado” no ha hecho más que volver a su casa en los Estados Unidos, no hay tal exilio, lo que sí hay es un intento de evasión de la justicia, Anaya al salir de México se convirtió en prófugo de la justicia, al querer evadir la cita emitida por un juez federal del Centro de Justicia Penal Federal del Reclusorio Norte, para una audiencia inicial y que declare ante las acusaciones que aparecen en la carpeta de investigación FED/SEIDF/CGICDMX/865/2020.
Anaya no es un “perseguido político” y si lo fuera, tendría que culpar a Peña Nieto, porque la reputación delictuosa de Anaya surgió en el sexenio anterior, cuando fue acusado por el panista Ernesto Cordero quien interpuso una denuncia en contra de Anaya por los delitos de lavado de dinero, enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias en 2018. Durante su campaña a la presidencia ese mismo año el PRI, en voz de su presidente Enrique Ochoa Reza, lo llamó “corrupto, dos caras y mentiroso”, el entonces candidato de PRI José Antonio Meade lo calificó de “vulgar ladrón”. Anaya fue evidenciado por la compra de un terreno en 10 millones y su venta con una nave industrial por 54 millones, que le pagaría una empresa fantasma creada por colaboradores de Manuel Barreiro, triangulación de los dineros que pasaría por lavado y paraísos fiscales, de la cual salió librado Anaya.
Mucho se dice de la reputación de “traidor” que pesa sobre Anaya, traicionó a Calderón, traicionó a Peña. Anaya ya en campaña solicitó una Fiscalía Autónoma que investigara al Presidente y su papel en la casa blanca (la de la Gaviota) y demás escándalos del sexenio, que “de resultar culpable, como cualquier otro, terminaría en la cárcel”, dijo Anaya. Al parecer, la fuga del virtual presidente del 2024, no es por su presunta inocencia, sino para no perder la presidencia.
Me da coraje, vergüenza y preocupación que hubo y aun hay mexicanos que creyeron que era la opción adecuada para dirigir el país, que por prejuicios e ignorancia aún apoyan a un oligarca que no le interesa más que enriquecerse a costa de lo que sea.