Teresa E. Hernández-Bolaños
Durante las últimas semanas las cifras de muertes por COVID-19 y los casos confirmados han aumentado rápidamente de manera exponencial. La región de las Américas se ha convertido en la de mayor cantidad de casos y muertes[1]. De los 10 países con mayor cantidad de muertes por SARS-CoV-2 cuatro son de las Américas, de los cuales México ocupa el tercer puesto; es decir, se ha convertido en uno de los tres países con mayor cantidad de muertes y el séptimo en casos confirmados[2].
El cuestionamiento obligado para México y los mexicanos es entender el porqué, pese a las medidas sanitarias tomadas desde marzo de este año, una vez que la OMS estableciera ciertas rutas y acompañamiento para el manejo, contención y prevención del contagio, las cifras en México no han dejado de crecer, los casos aumentan rápidamente y el número de muertes también, contrastando con la tendencia mundial o con la de algunos países que lograron disminuir considerablemente los contagios.
Acaso en países como Estados Unidos, Brasil o México, los tres con mayor número de muertes, las cuarentenas, el distanciamiento social (sana distancia), el uso de mascarilla, el lavado de manos y las desinfecciones, entre otras medidas, no son efectivas. ¿Y por qué no son efectivas?, ¿se ha manejado mal la pandemia?, ¿ha fallado la estrategia?, ¿no se han seguido los lineamientos de la OMS? Quizá no sea un asunto exclusivo de la gestión sanitaria por parte de las autoridades de salud y gubernamentales, o de la flexibilidad en las medidas para asegurar el cumplimiento de dicha estrategia, quizá sea una responsabilidad compartida.
Bien lo dice el Director General de la OMS Dr. Tedros, en su conferencia de prensa sobre la COVID-19 del 23 de julio[3], el liderazgo político y la participación de la sociedad son los dos pilares fundamentales de la respuesta, y lo que corresponde a la sociedad mexicana deja mucho que desear. Por un lado, estamos frente a una sociedad enferma, obesa, mal nutrida, hipertensa, diabética, condiciones que propician el contagio, una recuperación complicada o una muerte inminente; por otro, estamos frente a una sociedad desordenada, irresponsable, indisciplinada, mal educada, desinformada[4], y un largo etcétera, que describe una indiosincrasia y una cultura del desinterés, la desconfianza, la incredulidad y el “valemadrismo” que está impactando indudablemente en las cifras.
El uso de la mascarilla, la desinfección, el lavado de manos y el importantísimo distanciamiento social, son medidas fundamentales para la prevención, contención y control de la propagación, que recae fundamentalmente en la sociedad. Las autoridades sanitarias han señalado una y otra vez la necesidad de seguirlas y la sociedad mexicana ha hecho caso omiso, hablar de autoaislamiento o cuarentenas preventivas cuando se ha estado en contacto con contagiados es aún menos frecuente. Volver a la “nueva normalidad” significa vivir con la presencia del virus y hacerlo con las medidas sanitarias en nuestras acciones cotidianas.
Es lamentable observar cómo los mexicanos no respetan la “sana distancia”, no usan mascarilla en sitios de riesgo o hacinamiento, se congregan en reuniones sin medidas sanitarias, no han incorporado hábitos de limpieza, desinfección y lavado de manos en sus propios hogares. Es lamentable que sea necesario sugerir que las autoridades gubernamentales impongan medidas coercitivas y endurezcas las normas de comportamiento, para que los ciudadanos puedan colaborar con la mitigación, control y prevención de los contagios. Si se continúa como hasta ahora, difícilmente se frenará el número de decesos. Asumamos nuestra responsabilidad.
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