Desde nuestra América
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Elecciones en Nicaragua

Una protesta estudiantil en la ciudad capital de Nicaragua, en 2018. Foto: Organización de las Naciones Unidas.

Oscar Wingartz Plata*

Lo que sí es cierto es que el apoyo casi unánime que tuvo de las izquierdas, los progresismos y los hombres y mujeres “de buena voluntad” (y no uso lenguaje de referencia bíblica casualmente) se ha ido desgranando con el tiempo. Hace menos de una semana, por ejemplo, una carta de condena a los encarcelamientos de opositores, con referencias condenatorias a la forma como el gobierno encaró los acontecimientos de abril de 2018, fue firmada por más de 500 intelectuales y activistas estadounidenses… Rafael Cuevas Molina

El pasado 7 de noviembre Nicaragua tuvo elecciones, entre otros cargos, la presidencia de la República. En ese contexto, un elemento que se debe consignar de inicio es que el actual presidente, el comandante Daniel Ortega Saavedra iba por su tercera relección consecutiva. Su primer periodo fue en el 2007, después de su paso por la presidencia en la década de los ochenta, durante el gobierno revolucionario, posterior a la caída de la dictadura militar somocista en el 1979, cuya figura central fue el general Anastasio Somoza Debayle, educado en la academia militar de West Point, y ajusticiado trágicamente en el Paraguay. Se proponen estos elementos para ubicar la trama que rodea estas elecciones, y por cierto, muy compleja. Un aspecto a resaltar es lo que comenta el autor del epígrafe propuesto, en el sentido, que muchos de sus simpatizantes se han ido retirando paulatinamente. Esto tiene su razón de ser, no es casualidad, la falta de solidaridad con ese entrañable pueblo.

Como se puede apreciar, esta historia tiene una larga data, no sólo involucra a los personajes recientes, sino que viene desde la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, retomado por uno de sus héroes principales, Augusto César Sandino y su “pequeño ejército loco”, como lo llamaban: En su lucha por desalojar a la marinería norteamericana de su territorio, y tratar de construir un país libre, soberano, autónomo. Parece muy extensa la ruta, así es. La búsqueda de sí mismos no ha sido sencilla. La invasión por parte de los marines fue una de los tantos incidentes en la historia nicaragüense, y concomitante con ella, la inestabilidad política durante el siglo XX.

Posterior al triunfo revolucionario, el 19 de julio de 1979, se intentó llevar a cabo una enorme transformación económica, política, social y cultural en ese país centroamericano. Este esfuerzo se vio frustrado por el momento que envolvía a la revolución nicaragüense y al mundo en su conjunto. Era la etapa final de la “Guerra Fría”, la confrontación velada entre los dos grandes bloques de poder: Estados Unidos y la Unión Soviética. Con un ingrediente adicional, la revolución en Nicaragua fue la última revolución triunfante en el continente americano en el siglo XX, asunto clave que el gobierno norteamericano no iba a dejar pasar, aunque fuera una modesta nación, pobre, en un atraso evidente, con una serie de carencias que la colocaban como una de las más pobres de la región.

Fue el comandante Carlos Fonseca Amador, quien va a encabezar esta magna obra ideológica y organizativa ante tanta precariedad. Uno de los problemas más complejos que tuvo que enfrentar el comandante Fonseca fue, ¿cómo sustentar en la conciencia colectiva, la necesidad de transformar a su país? Cuestión en extremo complicada. Esto se fue haciendo, a través de décadas, hasta conformar una base sólida que sostuviera la revolución en curso. De esos ayeres es que viene todo este entramado, de un país que ha luchado con todo por ser soberano.

Así, pues, se debe decir que estas elecciones estuvieron marcadas por una serie de hechos y circunstancias que ponen entredicho la legitimidad de las mismas. Entre otros elementos, Daniel Ortega encarceló a la oposición con real peso político y social que le pudiera hacer sombra, así como diversos líderes políticos y figuras públicas ante la inminencia de las elecciones. Esto por sí sólo, pone en cuestión todo el proceso electoral. Los cargos atraviesan una gama de ilícitos como, traición a la patria, conspiración, financiamiento con recursos extranjeros, atentar contra las instituciones del Estado, etc. El problema es comprobar la probidad de dichos cargos. Todo esto muestra una serie de realidades que deben ser analizadas con mucho detalle, para entender la coyuntura en cuanto tal.

Desde el poder se habla sobre una serie de ideas que tienen un trasfondo confuso, que proceden la revolución, donde se apela a necesidad de recuperar los principios que le dieron fundamento a la guerra de liberación nacional. La cuestión es que no se ve claridad en la discursividad implementada, entre otras razones, porque ya pasaron muchos años de la Revolución. El proceso al que se hace mención está viviendo su cuarta década y las ideas, los planteamientos, las aspiraciones se han ido modificando de forma abrupta. Si se propone como hipótesis que se está defendiendo para realizar esos actos de gobierno, habría que analizar con enorme cuidado esas afirmaciones. El tiempo no pasa en balde, pretender darle sustento a un proceso electoral que se fincó en una serie de actos y hechos que no se apegan a la legalidad, que se mueve en un contexto por demás denso, donde el signo visible, fue retirar de la contienda a los opositores para evitar una verdadera competencia, en definitiva, no se le dio al pueblo la posibilidad de elegir libremente quien los quería gobernar, eso pone en tela de juicio los resultados. Este sería el punto clave de la discusión, desde una perspectiva más amplia, tener la libertad para elegir a los gobernantes, sin coacciones, intimidaciones o violencia.

* Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM.