“Tú no sabes lo que he hecho yo. Ni se te ocurre”: Carlos Velázquez.
Ramón Martínez de Velasco
Cuando estudiante, el modelo de periodismo que me enseñaron buscaba una cierta coordinación entre los hechos y los ciudadanos. Los hechos se reportaban y en función de lo leído los ciudadanos desarrollaban una postura.
Aquel modelo ha colapsado y es reemplazado por un periodismo tribal para ciudadanos profundamente cínicos que empujan para que los opinadores no analicen ni intenten explicar, sino para que tomen partido y juzguen.
Cuando estudiante, el modelo de periodismo se regía por una máxima que, a la letra, va así: “la prensa debe ser liberal con las opiniones”.
Aquel modelo, según veo, se va desplomando.
En mi caso, como columnista nunca sé de qué voy a escribir. Sí sé que jamás promuevo el discurso de odio que Facebook se ha propuesto eliminar, eliminándome.
“Las virtudes vueltas locas son peores que los vicios”, escribió Chesterton.
“Aquí se rompió una taza y cada uno a chingar a su madre”, escribió Carlos Velázquez.
Expuesto lo anterior, comienza la función.
Ecos de midark passenger / y III
A mi modo de ver, no necesité ser indígena para recorrer Real de Catorce, ni huichol para masticar brotes del peyote macho. Del que te envía a Marte. Ni usar huaraches ni participar de su cosmovisión.
Criollo o mestizo, me dio lecciones. Sobre todo cuando se me ocurrió la idiotez de ‘viajar’ en la Megalópolis, donde en la Del Valle un ángel negro me correteó buen rato, y en el Cerro de la Estrella me detuvo la chota con las manos en el licuado.
Así fue que salté de los gajos crudos a la mezcalina (en cápsulas) y de ahí a la psilocibina (con miel), más cercanas a los paisajes y la cultura ancestral.
No hay experiencia religiosa ni poder divino. Lo que sí es cierto es que “el peyote exige un nivel de paciencia superior a un juego de ajedrez” y que “la nobleza del hongo es inestimable”.
Las disputas mentales llegan cuando el limbo coquetea y comienzan las tentaciones de combinarlos con lo que haya al alcance. Cosa que hice y no una vez. Y cosa increíble, mi cerebro resistió, no sufrí un accidente, no ingresé a un manicomio ni a rehabilitación, nadie me asesinó, mi biología me advirtió cuándo parar y, digamos, gané el volado.
El ácido es otra cosa. Cero impaciencia y ansiedad como con las líneas paralelas. Confort opiáceo.
De norte a sur y de este a oeste pude con la Ciudad de México, con los encuentros de escritores, con la alcurnia, con las habilidades artísticas, editores suicidas, alcohólicos anónimos, o el puro exhibicionismo.
En el desmadre la vida está repleta de momentos así, del “de esta no me levanto”, del “mañana voy a amanecer muerto”, del “tienes que probarla para entenderlo”.
En el desmadre un trayecto corto se convierte en freeway.
En el desmadre el peor de los tiempos y el mejor de los tiempos no llevan necesariamente a finales felices. O no a tipos como yo.
Most peculiar!
Mi agradecimiento a Libertad de Palabra y su escritores y colaboradores hacen atractiva la lectura y sobre todo la información. Gracias
Pues qué bien que opines distinto a Facebook, Jaime, que se ha convertido en algo así como La Policía del Pensamiento, al igual que la dizque Cuarta Transformación.