Oscar Wingartz Plata*
En esta presentación del asunto, un punto clave -que no siempre ha sido debidamente valorado- estriba en la liberación humana, en cuya necesidad personalmente hemos insistido. Con ello se intentó salir de la angostura en que se planteó siempre este asunto al distinguir sólo el nivel político y religioso. Estos son ciertamente dos aspectos fundamentales, pero limitarse a ellos en el tratamiento del asunto llevó muchas veces a yuxtaponerlos, con el consiguiente empobrecimiento de ambos, o -lo que es peor- a confundirlos pervirtiendo así su sentido. […] Teológicamente hablando indicar la mediación de vertientes humanas irreductibles a lo socio-político facilitaba la tarea de pensar la unidad sin caer en confusiones, permitía referirse a la globalidad y gratuidad de la obra salvadora de Dios sin reducirla a una acción puramente humana… Gustavo Gutiérrez-Merino Díaz.
El pasado 22 de octubre falleció a los 96 años en Lima, Perú; un hombre de incuestionables cualidades, no sólo académicas, sino, también de una profunda sensibilidad humana y teológica, nos estamos refiriendo al fundador de la Teología de Liberación, el padre Gustavo Gutiérrez. Es un personaje como pocos, entre otras razones, por su enorme capacidad reflexiva, teórica y espiritual. A estas alturas de los tiempos hablar o referirnos a una persona con estas características resulta “extraño”, porque el mundo en sentido amplio camina en otra dirección; pero ello no es óbice para dedicarle una reflexión sincera y pertinente. El padre Gutiérrez vivió una existencia intensa, que le fueron orientando en una dirección muy clara, su legítimo interés por los pobres. De joven trabajó en una de las zonas más pobres de Lima, y eso lo dejó profundamente marcado. También tuvo momentos luminosos, plenos. En ese sentido, vivió situaciones en extremo dolorosas, no sólo en su natal Perú; incluida nuestra América Latina, a la que le dedicó la parte fundamental de obra teológico-pastoral.
En estas reflexiones que se desean proponer, hay un elemento digno de ser mencionado, tuve la oportunidad de conocerlo y compartir parte de su obra en diversos momentos, uno de ellos, fue en el Primer Congreso Internacional de Filosofía Latinoamericana en la UACJ, en Ciudad Juárez. En lo personal, fue realmente impresionante escucharlo hablar con una claridad, una profundidad y un conocimiento de causa, como pocas lo he visto en un personaje de ese nivel. El asunto en cuestión, fue el intercambio de ideas y planteamientos con otro eminente maestro, el doctor Leopoldo Zea, sobre la filosofía latinoamericana y sus alcances en otras disciplinas, como la teológica. Así, pues, son esos gratos y aleccionadores eventos que uno tiene la oportunidad de vivir, valorar y atesorar en la vivencia personal. Un dato pertinente fue que el doctor Zea escuchó con enorme interés y respeto las propuestas del padre Gutiérrez.
En su obra fundamental, Teología de la Liberación. Perspectivas, publicada en una primera edición en 1972 en España. Plantea las líneas centrales de lo que posteriormente se constituirá en una corriente teológica de enorme peso y relevancia en América Latina. El tema tratado engloba y sintetiza su pensamiento y sus inquietudes, que es la causa de los pobres. Como ya se había expuesto, este asunto para muchos puede estar fuera de lugar, por considerarlo irrelevante y caso cerrado, pero, paradójicamente sigue siendo un problema en extremo complicado y preocupante, por una cuestión que debería estar a la vista de todos, la pobreza sigue siendo uno de las realidades más acuciantes a nivel mundial, incluso, en los llamados países desarrollados.
Se debe decir que su trabajo abarcó un enorme arco de inquietudes, propuestas, planteamientos sobre la cuestión del pobre desde la dimensión teológica. Muchos se podrán preguntar ¿qué tiene que ver la teología y pobreza? ¿Qué tiene que ver la condición humana sobre la indigencia con la Biblia? Pues, tiene mucho que ver, porque uno de los temas centrales a lo largo de la escritura, es precisamente, el problema del pobre. Es en este punto donde el padre Gutiérrez comienza ha desarrollar su reflexión, sus propuestas y la necesidad de hablar a favor de los millones de seres humanos que se encuentran en esa condición. Construye una metodología que le permite abordar ese asunto, en una doble vertiente: teológica y social. Es aquí cuando inicia una lucha incesante, por hacer ver el valor y la pertinencia de articular ambas dimensiones. La metodología propuesta fue acremente criticada, porque se hacían afirmaciones totalmente distorsionadas como el decir que era un emisario del comunismo internacional, de desviarse de la sana doctrina, incluso de herejía. Obviamente, todos estos ataques respondían y siguen respondiendo a una falsa concepción y comprensión del Evangelio expuesto por el maestro Jesús.
Su teología ya expuesta tuvo un enorme impacto en la práctica eclesial en el continente en la década de los 70, 80 y 90 del siglo pasado, lo que condujo a un fuerte enfrentamiento entre el Vaticano, las iglesias locales latinoamericanas y muchos de los teólogos inscritos en esta corriente teológica, sólo por mencionar dos: el brasileño Leonardo Boff y el nicaragüense Ernesto Cardenal, ambos suspendidos y sancionados durante el papado de Juan Pablo II. El problema de fondo, no era un asunto menor, era la llamada recta interpretación del pobre desde la enseñanza social de la Iglesia y su fundamento hermenéutico-exegético. Esto evidentemente llevó a una confrontación acre, porque mostraba una comprensión renovada y lúcida del mensaje de Jesús, retomando en su esencia, las propias escrituras, sin remiendos ni falsas interpretaciones. Este asunto asumido en toda su complejidad significó una revisión profunda sobre unos de los temas claves de la predicación evangélica, los pobres.
Estas son algunas de las líneas de reflexión en torno a una de las figuras más relevantes de la Iglesia latinoamericana que trascendió en su tiempo. Un dato más que debe consignarse, que tuvo una profunda vida interior, esto quiere decir que, muchas de las cosas que dijo y escribió, las hizo desde una clara conciencia de lo que proponía. No fueron propuestas al aire y sin sustento. Su formación académica y pastoral le dieron autoridad para decir y proponer una visión renovada de la Iglesia. Podemos decir que, el padre Gustavo fue un hombre de fe, de una entrega consecuente, buscando en todo momento ser fiel seguidor de Jesús, y de sus convicciones más profundas.
*Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM.
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