Mujer de la sospecha
Mujer de la sospecha

Racismo, clasismo y los ismos emergentes de las elecciones

Pedro Carrizales Becerra, “El Mijis”, diputado electo en San Luis Potosí, México. Foto: Especial.

Yezica Montero Juárez*

Hace sólo unos días el ambiente social se encontraba ahogado en la parafernalia democrática. La ciudadanía se gritaba orgullosa de su proceso electoral, calificándolo como legítimo; y con la mayor participación de votantes en toda la triste historia democrática de México.

Las recientes campañas políticas se desarrollaron nuclearmente en el mundo cibernético. La gran ventaja fue que el papelero electoral se disminuyó; sin embargo, las cloacas ideológicas se abrieron a través de las redes sociales.

Desde el anonimato, o desde la máscara que permite dejar de lado la corrección política; las redes sociales fueron utilizadas para generar debate a partir de calificativos que denostaban ya sea a sectores vulnerables de la población, como personas en situación de pobreza, jóvenes, mujeres e incluso niños; hasta llegar a lastimar características inherentes como el color de piel, preferencia sexual, inclinación ideológica, etnia, lengua, entre otras.

En el lenguaje cibernético, palabras como: chairo, derechairo, pejezombi, fifí, mantenidos, morenos, morenaco, perrada; así como el uso de hashtags como: #esdepobres, #esdechairos, fueron generación de odio étnico, de clase e ideología. Lo preocupante es el surgimiento de este tipo de lenguaje separatista, ya que emana desde la fuente principal. Cómo olvidar el famoso “Riqui, Riquín, Canayín”, o el “Fifís” con autoría de AMLO. Cómo olvidar al fallido exdirigente priísta, Enrique Ochoa, aludiendo a los simpatizantes de MORENA como “prietos”.

Sospechosamente entre los simpatizantes de los tres principales movimientos-coaliciones-alianzas políticas, se enfocaron más en discursos de odio que a la exposición de plataformas políticas. Una especie de esquizofrenia mercadológica dio pie a que, ante la prensa tradicional los voceros partidistas de primer nivel discutieran superficialmente sobre propuestas; y por el lado de las redes virtuales, miles de comentarios de personas o bots, se enfrascaron en una lucha lingüística para la creación de conceptos despectivos, llenos de significados dolorosos que a veces como mexicanos creemos o fingimos creer que el racismo y el clasismo son cosas del pasado.

Esta ola discriminatoria se fortaleció con el no tan sorpresivo arrase electoral de MORENA. Las pobres discusiones son en torno a que los “codosmugrientos” salieron a votar; los aludidos se defienden con vagas estadísticas donde supuestamente se demuestra que un alto porcentaje de profesionistas votaron por MORENA. Como si el ser profesionista fuera símbolo de ser persona ética.

El caso del diputado local electo en San Luis Potosí, Pedro Carrizales Becerra, conocido como “El Mijis”, muestra que la apariencia física sigue siendo un síntoma de malestar para la sociedad. Un hombre con tatuajes, con cierto ritmo en el lenguaje, con color de piel morena y facciones propias de los pueblos originarios; ha sido motivo para desfogar los más bajos prejuicios. No sólo se apela a su falta de normativa física, sino que también se le ha enjuiciado por su pasado. Un supuesto historial como pandillero que lo inspiró a acercarse a la actividad civil y política; es el lastre que ahora tiene que cargar, enfrentándose a la lapidación verbal en las redes sociales.

El caso del hijo pequeño de AMLO y las burlas sobre su apariencia física, comunica una falta de entendimiento sobre los valores humanos más básicos.

¿Acaso el tener acceso a las tecnologías en comunicación ha fomentado el odio y la bajeza humana? ¿Cómo podemos ser mujeres y hombres civitas?

*Antropóloga social.

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