
Ramón Martínez de Velasco
“Los científicos dicen que estamos hechos de átomos. A mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias”: Eduardo Galeano.
I
Medio kilo de carne molida en la nevera.
Es lo que la cuarentena por el coronavirus le ha dejado a una vecina en la comuna colombiana de Soacha, donde vive en un departamento de dos cuartos para una familia de cuatro.
Ella y otras vecinas colocaron un trapo rojo en la ventana, o lo ondean, “para informar que tenemos hambre”. De modo que el cerro forrado de viviendas informales, ya es colorado.
Para no variar, ella es madre soltera, huyó de la violencia y era empleada doméstica… hasta que llegó la pandemia. “Todo dio un giro. Mis trabajos se cayeron y ni los patrones llaman para preguntar cómo estoy”.
Además de preguntarse cómo va a pagar la renta, se pregunta cómo va a hacerle para no prolongar el hambre, pues de tres platos al día han pasado a uno.
Para no variar, el empleo informal está congelado. También lo están la educación y la salud. “Lo que conseguimos un día, lo perdemos al otro”. Y una vez perdido, vuelve a ondear el trapo rojo en las casas de papel.
II
Con apenitas 12 años de edad cruzó la frontera y se contagió del coronavirus en Nueva York. Su madre fue deportada y sobrevive en un campamento de refugiados en Matamoros, Tamaulipas, de donde salió su hijita para cruzar el río Bravo y entregarse a las autoridades gringas, quedar bajo su custodia y ser enviada con su tía en Oklahoma.
Pero antes de llegar allí quedó a cargo de una familia de acogida, donde “la señora había tenido el virus y se lo pegó a toda su familia”.
Para no variar, la madre, de 32 años de edad, hondureña, está igual de jodida que las vecinas de Soacha, Colombia, y también sobrevive en un territorio de violencia salvaje, rodeado por el crimen organizado.
Por eso dejó a su hijita a las puertas de los Estados Unidos, y por eso ella vive ahora en una de las ciudades del mundo más infectadas por el coronavirus.
Para no variar, la madre quiso ser maestra. Pero le asesinaron al marido y le hicieron otros dos chamacos y la familia la abandonó a su suerte y ahora sobrevive en una tienda de campaña en territorio narco.
Y sabe que si el virus entra en el campamento, la cosa se va a poner peor.
Como camposanto.
Epílogo
La desesperación también campea en Querétaro, para cuyos gobiernos no existen muchas niñitas que sobreviven en la colonia Bolaños II, por ejemplo.
Y ya ni hablar de las niñitas serranas, cuyas comunidades me las he recorrido todas.
Ellas no salen debido a la pandemia. Sino porque son carne de cañón. Rebaño de la miseria.
No comen, no hablan, no se bañan.
Y en eso nada tiene que ver su tan cantado pinche coronavirus.
Ni es ése su enemigo.
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