Análisis En tinta azul
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¿Reciclaje de candidatos o vil “chapulineo”?

Chapulineo político
“Ahora los saltos, yo diría ya casi promiscuos, van de un partido a otro de acuerdo a las aspiraciones no cumplidas por las dirigencias de turno que amenazan el modus vivendi del político, siempre a expensas del erario público”, opina Carlos Uribe Arroyo en su colaboración “En Tinta Azul”.
Reciclaje de candidatos o vil chapulineo
Imagen: Especial.

Carlos M. Uribe Arroyo

Desde que recuerdo las charlas sobre política muchos años atrás, escuchaba el término “chapulineo”, sobre todo en el discurso de Acción Nacional, claramente como crítica a los políticos priistas que cada tres o seis años saltaban de un cargo a otro, a veces de elección, a veces de designación con singular alegría, sin límite de tiempo y sin límites geográficos.

Claro que en aquellos tiempos los chapulines pertenecían todos al PRI y los saltos eran cortos, dentro del mismo partido, pasaban de regidores a secretarios, de diputados federales a senadores, de directores de dependencia a plurinominales, de presidentes municipales a delegados federales y así durante la vigencia de su capital político (léase compadrazgo, amiguismo, tráfico de influencias, intereses y compromisos personales).

Y los tiempos cambian, ahora los saltos, yo diría ya casi promiscuos, van de un partido a otro de acuerdo a las aspiraciones no cumplidas por las dirigencias de turno que amenazan el modus vivendi del político, siempre a expensas del erario público. Si no soy candidato por mi partido, me voy a otro y aquí no hay ninguna lógica es la ideología, por ejemplo Lilly Téllez, quien llega al senado por MORENA y ahora es panista.

El chapulineo en nuestro querido Querétaro es evidente, pero además presenta agravantes que hay que considerar. ¿No es parte del compromiso de un candidato electo o de un funcionario designado terminar su periodo de gestión? ¿Cuántos de nuestros funcionarios han pedido o pedirán licencia o han renunciado o renunciarán a su responsabilidad (de origen libremente aceptada y evidentemente entendida en su temporalidad)?

¿No es hoy una práctica común? Piensa mal y acertarás dice el refrán. ¿Cómo podemos estar seguros que el interés de un candidato a diputado es realmente el proceso legislativo y no un medio para acceder a otro puesto? ¿Cómo podemos creer a un candidato que se compromete a tal o cual acción si a los dos años o cinco renunciará o pedirá licencia? ¿Inocentemente debemos creer que las propuestas como aspirante a presidente municipal se pueden cumplir en solo dos años? ¿Cómo confiar en un representante en el Senado que, a sabiendas, ocupará el cargo sólo temporalmente?

Un legislador que verdaderamente esté por convicción y apoyado en su perfil tiene la oportunidad de reelegirse, así como un alcalde lo puede hacer también si el voto ciudadano nuevamente les favorece. Así, la reelección es una forma de continuar una carrera política ascendente y congruente, aprovechando la experiencia y dando continuidad a los programas. ¿Cuántos políticos verdaderamente están donde quieren y no solamente donde pueden?

Políticos brincan de un cargo a otro
Imagen: Especial.

Y habría que preguntarse también, porque las candidaturas las definen los partidos y no los ciudadanos, si a veces el voto no es motivado por el “más vale malo por conocido que bueno por conocer” y esto no sólo es irresponsable, es deprimente. Parte de las ventajas de los procesos de selección internos de candidatos tenían que ver con la posibilidad de evaluar los perfiles y las diferentes ofertas de prioridades, estrategias y tácticas de cada aspirante y esto sería un primer filtro que podría incidir en una mejor candidatura. Estoy convencido que el tener una aspiración en política implica necesariamente, desde el inicio, realizar diagnósticos, escuchar a la ciudadanía, planear el proyecto, elaborar propuestas concretas, etc. y generalmente esto ocurre hasta que al aspirante ya es flamante candidato y le encarga a sus serviles que elaboren su plataforma. De todos los suspirantes, que este año pasan horas en la calle (existen mil y una formas, a cual más cínicas, de justificar estas precampañas), asisten a cuanta invitación les hacen (o las inducen) y aparecen continuamente en redes sociales, ¿Quién declara con honestidad sus intenciones y transparenta desde ya sus propuestas? ¿Quién tiene la honestidad de reconocer que están vaciando sus oficinas para abandonar las responsabilidades para las que fueron electos o designados?

Finalmente, el chapulineo también tiene que ver con la transparencia y rendición de cuentas porque cada periodo inconcluso deja un suplente que deberá asumir consecuencias de las que muy probablemente no es responsable. Por otro lado, hoy a los políticos parece preocuparles más rendir cuentas hacia el propio partido o sus padrinos que a la ciudadanía. Obvio, como correspondencia a los favores recibidos y reiteración de lealtades.

Para quitar el sueño:

¿Cuántos de nuestros legisladores verdaderamente sienten pasión por su trabajo y lo hacen por vocación? ¿Cuántos de nuestros alcaldes pedirán licencia en unos meses para contender por otro puesto? ¿Cuántos de los hoy todavía funcionarios en gobiernos estatal o municipales renunciarán? Tal vez el equivocado sea su servidor y la verdad sea que se construyen verdaderas carreras políticas con la sana y loable convicción de servir a la ciudadanía y este deseo no es cuestionable.

Tal vez en fondo tenemos un problema vocacional ¿Es lo mismo el trabajo del poder ejecutivo que del legislativo? ¿Es acaso el mismo perfil el que se requiere?

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