Crónicas de transparencia
Crónicas de transparencia

¿Testigos o protagonistas?

Imagen: Infodf.

Samuel Bonilla.[i]

Muchos de nosotros escuchamos durante nuestra infancia pláticas en las que adultos criticaban o se quejaban del gobierno, de los políticos o de servidores públicos, y ahora hacemos exactamente lo mismo. Ejercemos así la libertad de expresar nuestras opiniones y críticas respecto a personajes y asuntos de la esfera pública.

Criticamos lo mal que nos atendieron en una oficina pública, la falta de solución al problema de baches en las calles, la insuficiencia de alumbrado público, las largas esperas para ser atendidos en la clínica de salud, el olvido en que el presidente municipal tiene a nuestro sector de la ciudad a pesar de que durante su campaña política prometió estar atento a nuestras necesidades o problemas. Criticamos al gobernador, al presidente de la República, a legisladoras, legisladores o a funcionarios con quienes gestionamos algún trámite.

En ocasiones expresamos también soluciones simples, sencillas, prácticas y hasta ingenuas o valiosas con las que, según nosotros, podrían mejorarse trámites, servicios, creación de obra pública, la eficiencia en el uso de los recursos públicos o el combate la corrupción.

Sin embargo, por lo general de ahí no pasamos, no vamos más allá desahogar nuestros enojos, molestias e inconformidades mediante este tipo de catarsis. Y luego el ciclo se repite una y otra vez de manera indefinida, aunque en los hechos nada estemos cambiando o mejorando. Y ahora son nuestros hijos y nietos quienes escuchan nuestras quejas respecto al gobierno y es posible que ellos repitan esa costumbre.

No está presente en el ADN ciudadano de la mayoría de las mexicanas y mexicanos el componente cívico y las capacidades necesarias que nos posibiliten transformar nuestras inconformidades o indignación en acciones, en hechos enfocados a incidir de manera favorable en aquellos asuntos públicos de nuestro interés o colocarlos, al menos, en la agenda pública. Estamos atrapados entre la comodidad de criticar sin hacer nada porque las cosas mejoren y la ausencia de valor y determinación necesarios para irrumpir e incidir en la esfera pública de alguna manera.

Nos limitamos a escribir, responder o reenviar mensajes en grupos de WhatsApp y otras redes sociales para criticar, lamentar o cuestionar diversos asuntos de la vida pública, pero más allá de opinar de casi todo es casi nada lo que hacemos por incidir en la mejora de las situaciones que padecemos o discutimos entre amigos o seguidores. Como si fuésemos súbditos esperando que algún día tengamos gobiernos de primera.

El temor, la inseguridad, la desconfianza, el desconocimiento, la pasividad o la indecisión nos mantiene atados a nuestra zona de confort aun cuando padezcamos en carne propia alguna de las calamidades que criticamos con frecuencia. No está en nuestros hábitos ciudadanos el emprendimiento de acciones que aporten a la sociedad o al quehacer público algo de lo que consideramos deseable.

¿Cómo podríamos empezar a cambiar esa situación al menos en nuestro contexto social inmediato, y no resignarnos a perpetuarla? Los órganos del Estado no van a hacer ningún esfuerzo para que nos involucremos de forma crítica, analítica y escrutadora en sus tareas que deben estar orientadas a generar las condiciones necesarias de bienestar social. Sólo nos convocan cuando necesitan de nuestra participación para legitimar o mantener algunas de sus actividades: “voten, paguen impuestos, visiten esta obra, respondan esta consulta, hagan solicitudes de información, regístrense, regularícense”, etcétera, pero después de eso nos olvidan hasta que vuelven a requerir de nuestra participación.

Las mismas redes sociales que sirven para desahogar nuestras frustraciones y enojos hacia la función pública son, a la vez, una excelente oportunidad para comunicarnos con instituciones públicas, políticos y funcionarios. Sería un primer escalón para subir la escala de nuestra participación en los asuntos públicos. Con una simple estrategia alimentada con conocimiento, perseverancia y paciencia se puede avanzar, para empezar, en poner en los escritorios públicos asuntos de nuestro interés a la vez que los hacemos del conocimiento de otras personas que podrían respaldar, enriquecer o simpatizar con nuestros planteamientos o hacernos ver sus puntos débiles.

Otro escalón sería el uso de nuestro derecho de acceso a la información pública (DAIP). Ejercerlo de manera progresiva en los asuntos de nuestro interés genera una experiencia que nos vincula y relaciona con las instituciones públicas en otro nivel. En este terreno nosotros, como derechohabientes del DAIP, y las instituciones públicas como sujetos obligados a cumplirlo, podemos exigir cuentas, cuestionar, indagar, verificar, escudriñar, es decir, nosotros determinamos la agenda y los asuntos específicos sobre los que ponemos los acentos.

Independientemente de los asuntos de los que solicitemos datos o cuentas, el uso de este derecho nos brindará experiencias e información que pueden contribuir a incrementar nuestro conocimiento, conciencia y comprensión de los asuntos públicos y de los roles que podemos asumir para incidir en ellos. Es decir, el uso de este derecho contribuye al desarrollo de nuestras capacidades ciudadanas, a formar ciudadanía activa.

Un tercer escalón con el que podemos incentivar nuestra participación en los asuntos públicos tiene que ver con el uso que podemos dar a la información obtenida por la vía de nuestro derecho de acceso a la información pública, tema que abordaremos en próxima ocasión.

[i] Coordinador del Programa Transparencia para Tod@s.

Twitter: @transparatodos