Cartas desde la locura
Cartas desde la locura

Jugando sobre tumbas

Funeral de Anna Politkóvskaya. Foto: Especial.

@ramavelm

El tótem más alto del periodismo libre, ha caído en Rusia”: José María Pérez Gay.

No sé si el 9 de junio pasado Argentina enfrentó a Israel, antes de su debut en el Mundial de Futbol ‘Rusia 2018’.

Sí se supo que setenta niños palestinos escribieron una carta al maese argentino Lionel Messi, pidiéndole no participar en ese juego amistoso, porque el estadio ‘Teddy Kollek’ de Jerusalén fue construido en el barrio ‘Malha’, donde los habitantes palestinos fueron desplazados por las fuerzas israelíes en el año de 1948.

“Como se nos ha dicho, vienes a jugar con tus amigos a ‘Malha’ en un estadio construido sobre nuestra aldea destruida (…) ¿Es lógico que Messi, el héroe, vaya a jugar en un estadio construido sobre las tumbas de nuestros ancestros?”.

Misma cosa puede recordársele a los comunicadores mexicanos del régimen que están en Rusia. No como periodistas, sino como porristas-paleros de los ‘ratones verdes’.

El Mundial se juega sobre las tumbas del cercado escritor Artiom Borovik y de todos los periodistas asesinados del muy modesto periodiquito Nóvaya Gazeta: Igor Domnikov, Yuri Shchekochikhin, Stalisnav Markelov, Anastasia Baburova y Anna Politkóvskaya.

Ultimados porque “cuando un Estado ilegítimo busca legitimidad, inventa a un enemigo”, según develó el exespía de la KGB rusa, Alexander Litvinenko, envenenado con una sustancia radiactiva por responsabilizar a Vladimir Putin de enviar al sicario que disparó cuatro tiros a Anna Politkóvskaya en el umbral del frío edificio donde ella habitaba, el 7 de octubre del 2006.

Otra cosa puede recordársele a los porristas-paleros de los ‘ratones verdes’, que están en Moscú pasándola a toda madre.

“Cuanto más se prolonga la guerra sucia, más nos alejamos de la realidad. Aceptamos a tal punto los mitos que nos alimentan que confundimos la vida real con el mundo virtual de los noticiarios, esas fábricas de intrigas públicas al servicio del régimen” (Anna Politkóvskaya).

Boris Berezovski, un magnate acusado de fraude y exiliado en Londres, aseguró que la muerte de Anna era “un regalo de cumpleaños” para Vladimir Putin, quien celebró su 54 aniversario un día después, mientras ella yacía en su féretro (ver imagen).

Un día antes, Annita ya era un fantasma de pelo color ceniza y mirada perdida. Enjuta y de aspecto envejecido, a sus apenas 48 años de edad. Consumida por esa lucha mental que era su periodismo y porque, sin duda, ya se sentía en el punto de mira.

Antes de que se desplomara en el ascensor de su casa, donde su asesino la abatió con una pistola ‘Makarov’, a Annita le sirvieron un té envenenado a bordo de un avión con rumbo a Beslán, donde Putin dejó correr una matanza que convirtió a una escuela en un cementerio de infantes.

Estaba claro, pues, que para la burocracia rusa, los medios de comunicación cómplices y “los nuestros” (periodistas afines a Putin) era ya una paria. “O eres de los nuestros, o atente a las consecuencias”.

Es así como varios profesionales del periodismo mudaron a voceros del régimen o a simples reporteritos itinerantes (al igual que los mexicanitos que hoy se la pasan a toda madre en Moscú, mostrando su anquilosamiento intelectual y ético).

“La libertad de expresión está en las últimas. Sólo confío al cien en la información que he conseguido yo misma”, escribió Annita.

El sueño de los Servicios Secretos de Seguridad se ha cumplido: los periodistas han quedado excluidos.

Y hoy se juega el Mundial de Futbol ‘Rusia 2018’ sobre sus nobles calaveras, hundidas en la niebla.