Cartas desde la locura
Cartas desde la locura

En un rincón olvidado de la Patria

“Derramó más sangre en aquel escenario que un ejército de diez mil hombres”: Charles Bukowski.

Ramón Martínez de Velasco

@ramavelm

Ni Ana María Ortiz ni su hijo Jesús de dos años de edad existieron para México.

Tampoco Juan, de doce. Ni Guadalupe, de nueve.

El 6 de marzo pasado, a las 19:40 horas, ella se arrojó a las vías en la estación ‘Niños Héroes’ del Metro de la Ciudad de México, con el chavito en los brazos. Juanito logró zafarse y quedó en el andén.

Dos meses antes a él y a Lupita los sorprendieron robando, y a ella la pusieron bajo custodia del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF).

Ana María quiso recuperarla pero los funcionarios se la negaron, ante la evidencia de incapacidad para hacerse cargo de la niña.

La mujer colapsó y con Chuchito cargado y Juanito de la mano caminó por la colonia Doctores y entró al Metro. Y sin fantasear, se lanzó contra las llantas del vagón naranja. Sola. Abandonada. Desprotegida. Pobre. Miserable. Hasta la madre.

Nadie le tendió una mano ni en los andenes.

Nadie le compró sus dulces en la calle.

Nadie reclamó sus restos en la morgue. Ni los de Chuchito, quien ya estaba muerto en vida.

La dizque ‘Cuarta Transformación’ buscó su vivienda en alguna zona depauperada. Demasiado tarde. Demasiada amnesia.

Tantita madre y tantito sentido común, habrían sabido que ella y sus chavitos habitaban un rincón olvidado de la Patria.

Olvidado hasta por el Covid-19.

“El virus da miedo. Pero el hambre es más real”.

Epílogo

Ni Ana María Ortiz ni su hijo Jesús de dos años de edad existieron para México.

Tampoco Juan, de doce. Ni Guadalupe, de nueve.

Más real que Ana y Chuchito es su fosa común, en Iztapalapa.

Más real, también, que decenas de ojetes tendrán más piedad por un perrito abandonado que por Juanito y Lupita.

Corran a rezar.

Corran a misa.

Pónganse el bozal. Bola de hipócritas.